Benidorm es todo lo que quiera el visitante. Esta villa alicantina lleva más de medio siglo atendiendo al turismo, adaptando sus materias primas a las necesidades del viajero y optando, a menudo, por soluciones imaginativas y únicas. Sus dos playas de dos kilómetros, la cercanía de la Sierra Gelada o su clima siempre hospitalario, que incluye más de 300 días de sol al año, son algunas de las armas con las que contaba este pueblo pesquero cuando, en los años 50, decidió conscientemente convertirse en un foco turístico, con la urbanización a base de grandes avenidas y las originales promociones con indicadores de carretera con los que su alcalde recorría Europa.
El resultado es una ciudad que pasó de los 2.726 habitantes en 1952 a superar los 69.000 en 2014. Eso sin contar los 11,2 millones de pernoctaciones que tuvo el año pasado por lo que se convierte en el tercer municipio turístico de España, únicamente superado por Madrid y Barcelona. Todo ello le otorga un nivel de servicios que asombra en una localidad costera de tamaño mediano, que, sin embargo, contiene el hotel más alto de Europa casi a pie de playa. Si en Madrid es posible encontrar una peluquería de guardia abierta a medianoche, en Benidorm, también. Si en Valladolid, con más de medio millón de habitantes, se han abierto cinco hamburgueserías de reconocidas marcas, en Benidorm, también.
La localidad se ha convertido en una factoría de servicios y diversión que siempre tiene una oferta para satisfacer al deportista, al amante del bronceado, al jubilado, al estudiantes o al turista extranjero que en el fondo no quería salir de casa, y que no necesita hablar otro idioma que el suyo ni cambiar su dieta habitual, porque en Benidorm se entienden más de 50 idiomas y se comen especialidades inglesas, alemanas, japonesas…
RASCACIELOS FRENTE AL MAR
El Manhattan alicantino, con un skyline con reminiscencias costeras al de Hong Kong, sigue siendo un caso único, con su difunta historia de pueblo pesquero, del que conserva un pequeño casco antiguo. Sus calles empedradas acogen la mejor gastronomía de la localidad, a base de tapas, en la llamada zona de los vascos. Este vestigio del pasado, situado en el punto de inflexión entre la playa de Poniente (de arenas más finas, sin la sombra de los rascacielos y, paradójicamente, la menos visitada) y la de Levante (considerada, a juicio de los expertos, uno de los diez mejores arenales del mundo, bien surtida de restaurantes, cafeterías, hamacas y una oferta de ocio de casi 24 horas) deja paso enseguida a la historia reciente, cuyo armazón lo constituyen los omnipresentes rascacielo, estrechos y rodeados de zonas verdes.